Me costó encontrar trabajo después de Verano Azul (Sep. 2013)

No se ha sentido nunca esclava del éxito de «Verano azul», ni está harta de que le pregunten siempre por aquella serie de Antonio Mercero que marcó una época, pero María Garralón reconoce sin ninguna acritud, porque eso no es lo suyo, que en su profesión a veces los éxitos no ayudan todo lo que la gente se imagina. Después de diecinueve capítulos dejó de ser Julia, aquella joven y solitaria pintora que se paseaba entre chanquetes y chavales, y le costó encontrar trabajo.

–Sí, me costó volver a trabajar después de un éxito como «Verano azul». Puede sonar extraño, pero es así –me dice María–. Los productores, los directores, decían: uy, la van a identificar con Julia, está muy marcada. Hoy eso importa menos, incluso la fama de la tele lleva gente al teatro, pero entonces creían que nadie podía verte en otro personaje.

–Lo que dicen de los premios: te dan un Goya y luego no trabajas…

–Sí, eso decimos. Esta profesión es muy rara, pero yo la adoro con todas sus rarezas.

–En fin, que «Verano azul» la marcó…

–Sí, y me marcó para bien, porque personalmente me dio muchas satisfacciones. Por ejemplo, el cariño de la gente, que no es poca cosa.

Luego llegaría «Farmacia de guardia», otra serie histórica, en la que dio vida a la agente municipal María de la Encarnación: «El sargento Romerales y yo empezamos como muy secundarios y la pareja fue ascendiendo; fueron cinco años muy bonitos junto a Cesáreo Estébanez». Más tarde, la serie con El Fary, «Compañeros», «El comisario»… María cree que la llaman o la llamaban mucho del medio «porque doy buena suerte: serie en la que trabajo, serie que funciona». Nunca se retiró, como se ha dicho: «Tuve un bache, eso sí. No me llamaban, pensaba que me habían olvidado; fue una época espantosa. Después de un éxito como »Compañeros», ¿cómo es posible que no me llamen para nada?, me preguntaba cada día. Y no tenía respuesta. Lo que decíamos del éxito…».

–Y se deprimió…

–No. Tengo dos hijos y eso me ha impedido siempre deprimirme.

–Ha hecho poco cine…

–Muy poco. Y me gustaría saber por qué. En la televisión y en el cine, ahora, buscan a la juventud: jóvenes haciendo cosas para jóvenes. Hubo un momento en el que se excluía a los mayores; parece que ya ha pasado, y si no, tendremos que esperar a que se pongan de moda las series del Imserso, como dice mi amigo Emiliano Redondo.

Pero no se queja de nada: sabe que es inútil. Ante el espejo, hay días que se ve bien y otros que se dice: «¿Cómo vas, Garralón?». Tiene una mala salud de hierro. Lo peor de envejecer, para María, son los achaques, «pero yo me encuentro como una de 30 años; me rodea mucha gente joven, hijos, amigos de mis hijos, y me inyectan vitalidad. Además, no hablan del colesterol, de operaciones…». El único vicio que confiesa es el tabaco. Ahora protagoniza «El hotelito», de Antonio Gala, en el teatro Fernán Gómez de Madrid. Cada actriz es una comunidad, y a ella le ha tocado ser el País Vasco, «y no vea lo que me ha costado aprender todo lo que digo en vascuence».

–¿Y se siente independiente?

–Siempre he sido muy independiente. Mi madre me decía: «Hija, qué rica y qué mona eres, pero qué rebelde e independiente».

–¿Qué recuerda con más nostalgia?

–A los compañeros que se han ido: Antonio Ferrandis, Paco Valladares, Julia Trujillo… Últimamente nos pasamos la vida en tanatorios.

–¿Achaques?

–Me duelen los pies, pero pese a ser fumadora no toso demasiado…

–Parte de los beneficios de «El hotelito» van a la Casa del Actor. No sé si le gustaría terminar ahí…

–Ojalá la viera en pie. ¿Terminar ahí? Serían muy divertidas esas broncas cotidianas y estupendas con las compañeras.

–Hábleme de su presente…

–Tengo a mis hijos bien, y eso es lo principal. El trabajo no está como yo quisiera. Voy a hacer un experimento: me apunto al microteatro. Haré funciones en un pequeño habitáculo para diez o doce personas, seis pases diarios. Es la novedad, es lo que hay. Quiero probar, a ver qué pasa.

–Todos pensarán que ha ganado lo suficiente para retirarse y vivir bien…

–Lo pensarán, pero no es así para nada. Los parones, tan frecuentes en esta profesión, te comen lo poco que puedas ahorrar. Tengo que seguir trabajando; además, el escenario es mi vida.

Prefiere no pensar en el futuro. «Me conformo con poco; bueno, al principio pido mucho y luego voy rebajando. Como todos, ¿no?».

Fuente: LaRazon
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